IV. El pulpero. A buena cuenta
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- seguiré esta relación,
- aunque pa chorizo es largo:
- el que pueda hágase cargo
- cómo andaría de matrero,
- después de salvar el cuero
- de aquel trance tan amargo.
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- Del sueldo nada les cuento,
- porque andaba disparando;
- nosotros de cuando en cuando
- solíamos ladrar de pobres:
- nunca llegaban los cobres
- que se estaban aguardando.
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- Y andábamos de mugrientos
- que el mirarnos daba horror;
- les juro que era un dolor
- ver esos hombres, ¡por cristo!
- En mi perra vida he visto
- una miseria mayor.
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- Yo no tenía ni camisa
- ni cosa que se parezca;
- mis trapos sólo pa yesca
- me podían servir al fin…
- no hay plaga como un fortín
- para que el hombre padezca.
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- Poncho, jergas, el apero,
- las prenditas, los botones,
- todo, amigo, en los cantones
- jue quedando poco a poco;
- ya me tenían medio loco
- la pobreza y los ratones.
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- Sólo una manta peluda
- era cuanto me quedaba
- la había agenciao a la tabla
- y ella me tapaba el bulto;
- yaguané que allí ganaba
- no salía- ni con indulto.
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- Y pa mejor hasta el moro
- se me jue de entre las manos;
- no soy lerdo pero, hermano,
- vino el comendante un día
- diciendo que lo quería
- pa enseñarle a comer grano.
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- Afigúrese cualquiera
- la suerte de este su amigo,
- a pie y mostrando el umbligo,
- estropiao, pobre y desnudo;
- ni por castigo se pudo
- hacerse más mal conmigo.
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- Ansí pasaron los meses,
- y vino el año siguiente,
- y las cosas igualmente
- siguieron del mesmo modo:
- adrede parece todo
- pa atormentar a la gente.
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- No teníamos más permiso,
- ni otro alivio la gauchada,
- que salir de madrugada,
- cuando no había indio ninguno,
- campo ajuera a hacer boliadas
- desocando los reyunos.
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- Y cáibamos al cantón
- con los fletes aplastaos,
- pero a veces medio aviaos
- con plumas y algunos cueros,
- que pronto con el pulpero
- los teníamos negociaos.
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- Era un amigo del jefe
- que con un boliche estaba;
- yerba y tabaco nos daba
- por la pluma de avestruz,
- y hasta le hacía ver la luz
- al que un cuero le llevaba.
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- Sólo tenía cuatro frascos
- y unas barricas vacías,
- y a la gente le vendía
- todo cuanto precisaba…
- algunos creiban que estaba
- allí la proveduría.
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- ¡Ah, pulpero habilidoso!
- Nada le solía faltar.
- ¡Ahijuna!, Para tragar
- tenía un buche de ñandú;
- la gente le dio en llamar
- el boliche de virtú.
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- Aunque es justo que quien vende
- algún poquito muerda,
- tiraba tanto la cuerda
- que, con sus cuatro limetas
- él cargaba las carretas
- de plumas, cueros y cerda.
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- Nos tenía apuntaos a todos
- con más cuentas que un rosario,
- cuando se anunció un salario
- que iban a dar, o un socorro;
- pero sabe Dios qué zorro
- se lo comió al comisario;
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- pues nunca lo vi llegar,
- y al cabo de muchos días
- en la mesma pulpería
- dieron una güena cuenta,
- que la gente muy contenta
- de tan pobre recibía.
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- Sacaron unos sus prendas,
- que las tenían empeñadas;
- por sus deudas atrasadas
- dieron otros el dinero;
- al fin de fiesta el pulpero
- se quedó con la mascada.
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- Yo me arrescosté a un horcón
- dando tiempo a que pagaran,
- y poniendo güena cara
- estuve haciéndome el poyo,
- a esperar que me llamaran
- para recibir mi boyo.
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- Pero ahi me puede quedar
- pegao pa siempre al horcón,
- ya era casi la oración
- y ninguno me llamaba;
- la cosa se me ñublaba
- y me dentró comezón.
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- Pa sacarme el entripao
- vi al mayor, y lo fi a hablar;
- yo me lo empecé a atracar,
- y como con poca gana
- le dije: tal vez mañana
- acabarán de pagar.
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- ¡Que mañana ni otro día!,
- Al punto me contestó:
- la paga ya se acabó;
- ¡siempre has de ser animal!
- Me raí y le dije: yo…
- no he recebido ni un rial.
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- Se le pusieron los ojos
- que se le querían salir,
- y ahi no más volvió a decir
- comiéndome con la vista:
- ¿y qué querés recibir
- si no has dentrao en la lista?
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- Esto sí que es amolar,
- dije yo pa mis adentros;
- van dos años que me encuentro
- y hasta aura he visto ni un grullo;
- dentro en todos los barullos
- pero en las listas no dentro.
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- Vide el pleito mal parao
- y no quise aguardar más…
- es güeno vivir en paz
- con quien nos ha de mandar;
- y reculando pa atrás
- me le empecé a retirar.
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- Supo todo el comendante
- y me llamó al otro día,
- diciéndome que quería
- aviriguar bien las cosas…
- que no era el tiempo de rosas,
- que aura a naides se debía.
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- Llamó al cabo y al sargento
- y empezó la indagación:
- si había venido al cantón
- en tal tiempo o en tal otro…
- y si había venido en potro,
- en reyuno o redomón.
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- Y todo era alborotar
- al ñudo, y hacer papel;
- conocí que era pastel
- pa engordar con mi guayaca;
- mas si voy al coronel
- me hacen bramar en la estaca.
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- ¡Ah, hijos de una…! ¡La codicia
- ojalá les ruempa el saco!
- Ni un pedazo de tabaco
- le dan al pobre soldao,
- y lo tienen, de delgao,
- más ligero que un guanaco.
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- Pero qué iba a hacerles yo,
- charabón en el desierto;
- más bien me daba por muerto
- pa no verme más fundido:
- y me les hacía el dormido
- aunque soy medio despierto.